Marisa Vela se define como una mujer “del mundo de la tecnología, de la Ciencia” y es en la emoción que transmite al hablar donde el cliché de la frialdad de lo científico se diluye. Ahora, ya jubilada, divide su tiempo entre Believe in Art y dos asociaciones más, especialmente ‘Estrella de la Mañana’, de la que es cofundadora. Recuerda con especial cariño su época en el Hospital Miguel Servet, al frente de la Unidad de Calidad, sección que se dedica a humanizar los entornos hospitalarios, una labor que sintetiza, como si fuera tan sencillo, en cuatro palabras: “hacer las cosas mejor”. También fue Coordinadora de Voluntariado en el mismo hospital, facilitando la entrada de colectivos que, como Believe in Art, ayudan a que la estancia de los pacientes sea más agradable.
Fotografía: José Garrido Lapeña
— ¿Cómo comenzó el interés por humanizar los Hospitales?
— Hacia los años noventa, se empezó a trabajar un proyecto de humanizar la asistencia. Hubo un director del Hospital Infantil, Luis Bastarós, un pediatra súper empático, muy divertido, que veía que el Hospital Infantil era muy feo. Empezamos a buscar opciones de colaboración y contactamos con varias asociaciones de pinturas o payasos solidarios. Es gente muy profesional que cobra por ello y no teníamos presupuesto. Ni en aquel momento se podía dedicar, por mucho que quisiéramos, el dinero a estas actividades porque aunque son fundamentales, hay que priorizar, y más en un entorno como el del hospital, que era un poco clásico.
Marisa Vela es crítica con el sistema sanitario actual, el cual califica de “conservador” y, asimismo, comenta que los futuros médicos “aprenden a curar enfermedades, pero no aprenden a tratar con las emociones” porque, salvo momentos y personas concretas, “se basan en lo científico y no se trabajan aspectos emocionales como la empatía, la muerte digna…”. Para ella, “la ética, los valores y las emociones tendrían que formar parte del aprendizaje en las facultades, pero más en Medicina o en Magisterio”, áreas que implican relaciones interpersonales.
— ¿Cómo consiguió entrar Believe in Art en este entorno?
— Cuando apareció Believe in Art en 2013, yo era Coordinadora de Voluntariado en el Miguel Servet y, claro, fue como decir, ¡guau!, esto es lo que llevamos tantos años buscando… Y encima lo hacían gratis. Eran mujeres, profesionales, jóvenes… lo tenían todo. Lo difícil era entrar, pero tuvimos la suerte de acudir a Cirugía Pediátrica, que tenía un jefe muy enrollado, muy abierto.
— Y por fin llegó la primera intervención…
— Empezamos a trabajar allí y eso ya visibilizó su trabajo de cara al resto del Hospital. Lo viví desde mi perspectiva de Coordinadora de Voluntariado y cuando me jubilé, desde Believe in Art me propusieron formar parte de la junta directiva, con el compromiso de hacer un poco lo que pudiera, porque yo ya estaba con otra asociación muy liada… Pero bueno, es muy difícil apartarte del todo de algo que te gusta. Hay gente que piensa que supone mucho trabajo, pero yo creo que supone mucho amor, creértelo, y estar un poco atenta.

Marisa Vela conoció Believe in Art mientras trabajaba en el Miguel Servet y dos años después de jubilarse decidió unirse a la organización. Desde entonces su labor principal consiste en “abrir puertas”.
— Yo, habilidades artísticas, ninguna. Contactos con artistas, ninguno. Además, hay un desfase muy importante de edad porque la mayoría en Believe in Art son jóvenes creativos del mundo del Arte y yo, pues bueno, soy del mundo de la tecnología, de la Ciencia…
— Pero cada uno aporta diferentes puntos de vista
— Seguro, seguro. Es bueno que haya distintas miradas, porque cada uno aportamos una perspectiva distinta. Yo hay veces que me siento poco útil. Si se va a pintar una fachada, si se va a intervenir en no sé qué planta… Yo ahí no puedo aportar casi nada. Yo puedo aportar el conocimiento de dónde es más fácil, o la mejor vía, o con qué gente dentro del Sistema de Salud es más fácil entrar, porque es más abierta, o lo es menos… La parte esencial del trabajo pues, bueno, poco – añade entre risas. Casi visualizo más el después, que el durante. Conozco el mundo sanitario, el mundo de la habitación aburrida, del despertar aburrido, de las horas en soledad… Hay salas de espera a las que, si encima vas con angustia y los espacios están tan feos… Pues la angustia no sé si te aumenta, pero desde luego no te disminuye.
Tras años trabajando en la Sanidad Pública, Marisa Vela mantiene el contacto con muchos de sus profesionales y posee un amplio conocimiento de las áreas más proclives a futuras intervenciones, una negociación donde el buen entendimiento y la paciencia son fundamentales.
— Yo creo que la gente tiene que estar casi encantada de que su hospital tenga esas obras de arte para sus pacientes y sus trabajadores. Es cuestión de esperar, esperar y, bueno, si no sale, llegarán otros momentos, otros tiempos, otras personas- explica con calma.
— ¿Qué es lo que más cuesta?
— Las barreras y la falta de apertura mental de algunos profesionales. Es incomprensible porque no cuesta dinero, lo aporta todo la asociación. Se buscan recursos, artistas, pero a muchas personas les da miedo el cambio. En concreto, a la hora de empezar y de entrar en los centros, es el miedo a qué pasará: ¿qué pasa si sale mal, si no gusta, si…? El ser poco valiente. No es lo mismo que venga un payaso diez minutos y se vaya, o que venga un futbolista y firme un autógrafo, que pintar la pared para siempre.
— ¿Qué ofrece Believe in Art?
— Es un proyecto del que estoy absolutamente enamorada. Creo además que no se trata solo de humanizar, de hacer hospitales bonitos, sino que el bienestar de las personas va más allá de darte una medicina o de ponerte una inyección. Toca tanto a pacientes como a profesionales que no van a museos, o que no son conscientes de la importancia del Arte y esto es, ¡pum!, ponérselo ahí delante. Se lo llevamos a su casa, a su trabajo. El ser humano es cuerpo y espíritu: somos emociones, somos ojos, somos oídos. Y participar en este cambio implica también que los profesionales trabajen más en esos conflictos, en esas emociones. El Arte es una parte muy importante, porque además lo están viendo las veinticuatro horas del día.
— Para finalizar, ¿qué crees que te ha aportado el voluntariado?
— La gente que trabaja en estas historias es estupenda y variopinta. Conforme se pasa la vida, te relacionas con la gente de tu trabajo, con la familia, si tienes un hobby concreto, con ese hobby y con algunos amigos que vas manteniendo… Son núcleos cerrados. Cuando entras en el mundo del voluntariado, hay gente mayor, gente de derechas, gente de izquierdas, gente católica, comunista, pija, asocial… Todo un mundo que no conocerías, porque si estás en un grupo social determinado, te limitas a ese grupo… Acabas encerrado en esa burbuja. Lo más rico es la apertura de cabeza y el conocimiento que te da el otro de la sociedad y del mundo en general.
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